PASEN Y VEAN
-¡Pasen y vean! ¡Pasen y vean, damas y caballeros!
Pasen y vean la superioridad del hombre ante la bestia, la primacía de la
tecnología frente a la magia, la preferencia del orden ante el caos. ¡Sólo en
el Circo del Horror podrán ustedes verle! Ver… ¡a la mismísima Bestia, salida
del Averno! Mírenla, ahí, postrada en un lecho de paja, con cadenas de
hierro forjadas sobre sus propias muñecas. Miren sus alas de murciélago
gigante, rotas, con la piel hecha jirones. Noten su deliciosamente espantoso
hedor, a azufre y podredumbre, a mierda y sudor. Vean sus mandíbulas, sus
enormes dientes afilados como puñales y su viperina lengua negra, musculada y
venenosa. Teman sus poderosas patas, fuertes y llenas de heridas, bien sujetas
por grilletes y cuerdas. ¡No se acerquen a sus zarpas de medio metro o perderán
la cabeza! Y, por supuesto, ¡cuidado con su cola! Si escuchan el restallido de
un látigo, es sin duda ella, preparada para agarrar a sus hijos y arrastrarlos
hasta sus fauces… ¡Pasen y vean!
-Y ahí vuelves a empezar – completó el señor Hyde
tras la parrafada de su socio Whateley. – Es un texto simple para aprenderse de
memoria, y pagamos bien. ¿Qué te parece?
-Acepto encantado, señores. ¿Cuándo empiezo?
-Mañana mismo. Esta noche, si lo deseas, puedes
pasar a verlo. O verla. Lo que sea. Ya sabes, para saber de lo que hablas –
dijo Whateley. – ¿Te parece?
No era menester decirle a tu jefe que no el primer
día, supuse. Y acepté.
Así que allí estábamos, yo mismo acompañado por otro
tipo, un tal Butler, con greñas y no demasiado delgado, pero con un látigo lo
suficientemente largo como para recorrer sus intestinos un par de veces. Para controlar
a la bestia, me había dicho. En todo el viaje en carreta desde su casa, a la
que me tuve que acercar, hasta la carpa de la bestia, sólo había hablado
Butler, contando que se había criado en el pueblo de Uhluhtc, al sur del valle
de Anchester, donde al parecer se hallaba un lugar muy importante llamado Exham
Priory. Yo jamás había oído palabra de esos lugares, pero con aquellos extraños
nombres imaginé que estarían en el extranjero, pues nada se parecían esos
topónimos a los propios de Arizona. Europa, probablemente.
Por fin llegamos Butler y yo, yo y Butler, a la
carpa, aparentemente la única que poseía aquel circense espectáculo que mis
ahora jefes Hyde y Whateley habían organizado. La noche ya estaba bien
arraigada en el cielo, y no se veía casi nada. Por suerte, existen los faroles,
y el bueno de Butler traía varios. Uno quedó encendido en el carro, y al poco
tiempo se apagó, pues empezó a caer una fina lluvia que apenas duró media hora,
pero lo suficiente como para apagar la llama y dejar el suelo encharcado. Volvamos
a nosotros, que portábamos cada uno un farol y, en el caso de Butler, un
látigo, en el mío una barra de metal que yo consideraba que sería poco útil. Mi
buen acompañante levantó la lona de parte de la gigantesca y deforme carpa, la
mayor que yo jamás hubiera visto. Antes de entrar, para aumentar la tensión que
tú, querido lector, espero estés viviendo, voy a decir que esa carpa no era ni
parecida a una carpa circense, pues era negra y de aspecto desalentador. Y que
no era ni por asomo circular, sino más bien era un polígono totalmente
irregular y con la tela del techo distribuida disparmente. Ahora, vuelvo al relato,
entrando con mi buen y hablador amigo Butler en la carpa.
Admito que lo primero que percibí, y eso que dentro
de la carpa la luz no era poca, fue el olor, un olor que llenaba las fosas
nasales, un olor a podrido, a incienso, a excrementos, a sustancias de enorme
pestilencia y temible efecto en un cuerpo humano, un olor que jamás sentí y que
jamás se repetirá en la historia de la humanidad, la peor mezcolanza que un ser
ha podido crear jamás. Lo impregnaba todo, y se pegaba a la ropa, a la barra de
metal, al farol, a tu alma. Lo peor de la experiencia fue el olor.
Bajo la carpa, había una serie de jaulas y cajas con
esqueletos animales dentro, repartidas por toda su extensión y mezcladas con
cadenas, heno y grandes telas, sobre el suelo lleno de polvo y excrementos. Sin
embargo, la zona central de la carpa había sido limpiada concienzudamente. En
ella, se veía un círculo rojo, casi perfecto, con una serie de palabras
escritas en una lengua para mi ignota en el borde exterior. Dentro, había un
simple símbolo, una especie de representación de un cráneo de hombre con
cuernos, o quizás una cabra antropomórfica, algo que yo no alcanzaba del todo a
reconocer, pues quizás no fuesen cuernos sino manos, o tentáculos, o a lo mejor
lo veía desde una errónea perspectiva. El signo, negro, tenía dentro unas
cuantas velas, de gran altura, y en su centro había un hombre arrodillado, con
una tela negra que le cubría por completo. Un leve brillo en la parte superior
de su cabeza me permitió saber que no estaba arrodillado sino empalado por una
larga púa de metal negro. Varias cadenas salían de debajo de la tela que le
cubría. Cada una era sujetada por un hombre diferente, de los doce que estaban
en la sala. Los miembros de aquel extraño tribunal vestían trajes negros, con
sombreros de copa, y una cruz roja pintada en cada mejilla, de una extraña
pasta con aspecto repugnante. Todo ello alcancé a ver antes de que Butler me
pegase con el farol en la cabeza y me hiciera perder la consciencia. El resto
fue rápido. Yo fui también empalado vivo por el experto en aquellas materias
del grupo, el señor Hyde. Whateley se ocupó de coger un largo cuchillo ritual y
rajarme el abdomen, dejando caer mis intestinos en una cesta. Después, mientras
estaba inconsciente por cortesía de mis ausentes tripas, pero dolorosamente
vivo, otro hombre al que no conocía pero que estaba dotado de una gran fuerza,
siguió empalando hasta sacar la punta de la barra metálica que yo mismo había
traído por la parte superior de mi cráneo, matándome así.
¿Y cómo, se preguntará el lector, te preguntarás si
es que puedo tutearte, escribes esto? Querido amigo lector, yo escribo desde el
más allá, una realidad vasta como el universo y eterna como la juventud de la
fuente, un ente incomprensible para los que no estáis en él. Desde aquí me
compadezco, no de mí, no de mi compañero en la carpa, sino de Hyde, Whateley y
demás calaña, a los que la bestia, que desde el techo contemplaba toda la
macabra escena que llevaban a cabo y a la que las descripciones no hacen siquiera
justicia, devoró. En ocasiones me los cruzo aquí, penando, y supongo que todos
nos preguntamos lo mismo: ¿a dónde fue la bestia?
* * * *
Unos días después de que terminara el plazo, Lena me envió un correo anunciándome que... ¡Yo era el ganador! *aplauden*. El premio, dos libros (El Círculo, de Mats Strandberg y Sara B. Elfgren, y La Reina Descalza, de Ildefonso Falcones), ya ha llegado, así que solo queda agradecer a Lena el haber organizado el concurso y mandaros a todos un beso muy fuerte. ¡Hasta otra!
Holaaaaa!!!!
ResponderEliminarFELICIDADEEEEES!!!!!! La verdad, el relato me dejó impresionada. La narración es rica, fluida, elaborada. La tensión se mantiene en el aire palpable en cada segundo que pasa. El final es impactante (y un poco desagradable). En realidad creo que ya veía venir esto. Muchísimas felicidades que te lo MERECES!!!!
Un besazo y disfruta de esos libros!
Con cariño,
Lurei Book
Muchísimas gracias Lurei! Un beso!
EliminarPor fin puedo pasarme por aquí y decirte: Muchisimas gracias por haber participado con este maravilloso texto en mi concurso. Cuando lo leí por primera vez, me quedé pensativa y lo releí por lo menos otras dos veces y cada vez que lo hacía, me gustaba más y más.
ResponderEliminarUn beso giganteee
Lena